Anoche soñe que volaba.
No fue un sueño en esos que uno flota por el aire un día de soles brillantes y nubes esponjosas para despertar abruptamente cuando esta a punto de colapsar contra la vereda.
Fue algo mas cinematográfico, como todos los sueños que me deleitan al punto de no querer despertar. Esta vez podría definirlo en el género de "acción-fantástico-shaolin-animé-japones"; claro, si dicho genero existiera seria mas facil de entender, pero nada resulta facil en materia somnolienta.
No fue tanto la increible sensación de enfrentarme a un cielo infinito de una especie de Tokio nocturno desde un piso 45, sino la poderosa habilidad de además poder hacer volar a cientos de personas con sólo desearlo. La imagen convidada de emociones diversas al estar volando, cayendo, flotando, y arrastrar con el poder invisible de mis manos y una fuerza inconmensurable de intención controlada a cien personas desconocidas con una causa en comun en un viaje por el cielo repleto de luces y colores, no tiene comparación posible con nada vivido o soñado hasta el momento. Claro que había una historia, nunca soy de soñar por el simple hecho de pasar el rato que me toca estar en posición horizontal; una historia de acción, aventuras, con toques de alto riesgo y escenas románticas que me fascinaron tanto como el vuelo mismo; pero para qué aburrir con detalles cuando las sensaciones fueron las verdaderas estrellas del sueño.
Anoche soñé que volaba. Y como decía, no fue un simple flotar hasta estrellarme y despertar antes del impacto. Fue saborear la libertad en cada centímetro de piel.
Anoche soñé y hoy todavía vuelo.
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